Pido perdón por el título de hoy. Enserio. Eso de, antes de empezar a relatar el tema, encabezarlo con un taco no es muy educado que digamos. Pero, debo decir a mi favor, que pese a lo malsonante del título, resume de una manera muy acertada, a la vez que breve, el tema que voy a tratar.
¡Ah! Para que ningún avispado con ganas de malmeter se me adelante, Pérez Reverte ya trató este tema y con ese mismo vocablo, así que, si el gran Arturo ha podido, yo, que en cuanto a literatura se refiere no le llego ni a la suela del zapato, me tomaré también esas licencias. Con vuestro permiso y el suyo.
Vamos a la materia.
Hagamos un acto de imaginación pese a los días que nos envuelven. Piensa que es Navidad. Imagínate las calles decoradas, la chimenea, tu casa llena de luces y guirnaldas. Imagina un árbol, uno grande (de los de plástico, no te cargues un árbol de verdad también en tu pensamiento). Imagina que hace un frío del carajo fuera de casa e incluso, imagina nieve en la repisa
de la ventana. Imagina también que es el día 25 de diciembre y tus hijos se acaban de despertar. E imagina que estás con ellos, todos sentados alrededor del árbol, esperando tu aprobación para abrir los regalos.
Hagamos un acto de imaginación pese a los días que nos envuelven. Piensa que es Navidad. Imagínate las calles decoradas, la chimenea, tu casa llena de luces y guirnaldas. Imagina un árbol, uno grande (de los de plástico, no te cargues un árbol de verdad también en tu pensamiento). Imagina que hace un frío del carajo fuera de casa e incluso, imagina nieve en la repisa
de la ventana. Imagina también que es el día 25 de diciembre y tus hijos se acaban de despertar. E imagina que estás con ellos, todos sentados alrededor del árbol, esperando tu aprobación para abrir los regalos.
Mira que ilusión desprenden sus ojos. ¿Me habrá traído lo que pedí? ¿Qué será ese paquete tan grande con mi nombre? ¿Eso de allí son chocolatinas? ¿Podemos abrirlos papá? ¿Podemos?
Y tú, que tu aprecio por la navidad ha ido creciendo proporcionalmente a la par que tus hijos, disfrutas. Disfrutas viendo como destrozan el papel que envuelve los presentes, como ríen, como se ilusionan y como agradecen a un señor imaginario, panzudo y vestido de rojo, tanta generosidad.
Y en tu intento de hacer a tus hijos más felices, y de conceder todo aquello que anhelan. Y porque no, en tu intento de ser mejor padre, pensando que con hechos materiales lo vas a ser... les regalas aquello con lo que han estado insistiendo más de un año. Un perro.
Si, un precioso cachorro. Adorable. Casi comestible. Un amor de animal. Tus hijos no caben en la casa de alegría.
Bajo la triste y vaga norma de que el animal es suyo y deben hacerse cargo ellos, el nuevo miembro de la familia se integra en ella. Venga, enserio. ¿De verás ellos lo educarán? ¿Le darán de comer? ¿Lo pasearán? ¡Si tan siquiera les dejas ir solos a la calle!
¿Y qué acaba pasando?
Efectivamente. Te haces cargo del perro. Tu trabajo, los niños, sus actividades extraescolares, tu gimnasio, las tareas domesticas y ahora... un perro. Un perro que tu no querías. Que solo querías para hacer felices a tus hijos.
Tu no querías llegar a casa y encontrar heces y dios sabe el número de orines. Querías tu suelo limpio. No querías pelos, ni sacar a pasear a un animal. Querías descansar al llegar a casa, no ponerte a limpiar y salir a la calle con frío.
Tu querías el momento. El momento de felicidad de tus hijos. No como se han desentendido de su mascota pasados dos meses. Una apatía tal, como a la del resto de cosas que recibieron debajo del árbol. Tu no querías eso. Tu, amigo mío, no pensaste.
Y pasados los meses llega el verano. Las ansiadas vacaciones. Esas que te mereces desde hace mucho. Y compras el viaje, ese plan perfecto con la familia al completo. Perdona ¿completo? El perro ahora supone un problema.
Ese perro, al que has llegado casi a odiar por no permitirte realizar tus tareas en tu ordenada vida, o no al menos del modo que te gustaría. Ese perro que sigue rompiendo cosas. Ese perro que, pese a tus cuidados, (básicos, no tiremos cohetes) demanda tu atención constantemente. Ese perro. Ese perro sobra.
No hay sitio para él en estas vacaciones. Solo va a suponer problemas y un gasto más a tu ya inflada factura veraniega si tienes que buscarle una residencia.
Y como la indiferencia hacía él de parte de tus hijos es un hecho desde hace meses. Y como a ti solo te ha dado quebraderos de cabeza. Y como solo son gastos. Y como te importa bastante poco ese "miembro de la familia". Lo abandonas. O lo dejas en la puerta de la perrera. Que técnicamente no es lo mismo, pero moralmente es calcado.
Y así amigos míos, es como, en pocos meses, un padre de familia se convierte.
Se convierte en un hijo de puta.
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