No amigo mío, no. Él no tiene la
culpa. Ninguna culpa. De formar parte de la vida de un humano. De que
ese humano le trate como a un objeto más de su amplia colección de
pertenencias. No tiene la culpa de que, el humano, por su mera
condición de primate con un plus de raciocinio, se crea superior a
él. Es como la frase aquella que decía: “el humano es el único
mono que puede dibujarse. De acuerdo, pero también es el único que
le da valor a hacerlo”.
Créeme, él no tiene la culpa. Tu
perro no tiene la culpa de que tu, cerdo donde los haya (y me
perdonará el animal), amparado bajo el anonimato algunas veces, y
otras, escudado en una cara más dura que el cemento, no recojas las
deposiciones de tu mascota. Vamos a pasar por alto el hecho de que no
hayas querido, o no hayas podido enseñarle a realizar sus
necesidades en un sitio adecuado. Vale. Pero cuando tu perro se caga
en medio de la calle y sigues con tu marcha, previa mirada a
ambos lados, para cerciorarte que nadie ha visto tu nula
predisposición a limpiarlo, ¿qué deberíamos hacer contigo? Dime.
¿Obligarte a recogerlo? ¿Multarte? ¿Hacer puntería en tu cogote
con aquello que olvidaste recoger?
No, él no tiene la culpa. La estupidez
es cosa tuya.