Todos de pequeño hemos tenido algún superhéroe. Incluso más de uno. Era aquel personaje que ya fuera porque te caía simpático, ya porque querías ser como él, le teníamos un aprecio especial o incluso lo idolatrábamos. La cosa cambia cuando ese superhéroe lo tienes de adulto. Y más aún cuando no es fruto de tu imaginación o de haber devorado sus aventuras en un cómic. Es de carne y hueso. Y tengo una.
Pues si, mi heroína. Es una con poderes fuera de lo común. No va ataviada con traje de lycra con colores chillones, ni porta una de esas capas que más que otorgar beneficios de algún tipo, visten bastante, todo sea dicho.
No vuela. Lo siento. No corre a la velocidad de la luz, ni congela a su antojo aquello que toca. No tiene poderes por algún experimento radioactivo o sale por la noche en busca de villanos por aquello de hacer el bien.
Mi heroína es fuerte.